"A pesar de las diferencias de edad y educación, el amor se produjo desde un balcón de la casa del Callejón Normal, sin ambages, fresco y espontáneo, para dicha nuestra, pues aquel noviazgo que se había iniciado con el entrecruce de miradas en la misa de diez en San Francisco, se convirtió en un feliz matrimonio de más de cincuenta años. Él era ya un señor, graduado de la Escuela de Ingenieros de países tan lejanos como Londres y París, para entonces pelón, con sombrero tipo pandereta para esconder la calva y con la cara seria, y ella, una niña mimada y linda de veinte años, peinada siempre con una trenza gruesa color castaño sobre la espalda y con escasos conocimientos en materias académicas. Ellos nunca nos contaron la hazaña del cantineo, pues el abuelo, cuando supo de aquel romance, puso la cara encogida de saber que aquel viejo recién venido de Europa se hubiera enamorado de su niña, la que había aprendido a tocar al piano las polonesas y las suites de Cho